En
una mano tengo un pájaro; en la otra, la mano gruesa de un hombre aterrado. El
pájaro es una paloma blanca; el hombre es un asesino de androides. Agarro la
paloma para que no vuele; agarro al hombre para que no caiga. Estamos en una
iglesia; estamos en Los Ángeles. El año es 2019.
La
iglesia es una fábrica; antes, la fábrica era una iglesia. Pienso en la
historia de este edificio durante la caza, mientras el hombre me persigue.
Escondido detrás de un gran ventilador, pienso en la historia de todas las
iglesias. Yo no soy religioso; imagino que este hombre, este asesino, tampoco
cree en dios o en dioses. Lo veo acercándose con un cuchillo en la mano; me
preparo. Fábrica-iglesia: me parece apropiado. Las fábricas iglesias, las
iglesias fábricas.
No
puedo esconderme más. Luchamos, él con cuchillo, yo con las manos. Tengo sangre
en la cara, en los ojos, pero veo claramente los rayos C que entran por las
ventanas. Vitrales, antes. Me gustan esas pinturas de la Edad Media, de la
Virgen y el niño Jesús totalmente planos. El bebé demasiado flaco; los pechos
de la Virgen, círculos perfectos, que no son sujetos a las leyes físicas de
este mundo. Yo tampoco tengo que obedecer esas leyes; con un brazo solo, tiro al
asesino por el balcón.
Yo
no sabía que él se agarraría de la barra, pero podía preverlo. Si hubiera
querido matarlo, lo habría hecho; sin embargo, quería darle la oportunidad de
salvarse. Y lo hizo; lo veo ahora colgando de la barra, agitando sus pies.
Supongo que la caída lo mataría. Estamos en una iglesia, o más bien, una
catedral. Techos altos; suelo distante. Por lo menos moriría en un lugar
sagrado, me digo. Antes era sagrada; ahora, ya no sé qué es.
Una
paloma se me posa en la mano. Miro al hombre. Sus manos pierden fuerza, los
brazos le tiemblan. No hay mucho tiempo; no podrá salvarse. Contemplo la
paloma. Es raro que haya dos tipos de pájaro con ese nombre: paloma. En otros
idiomas, se usan otras palabras. Yo sé un poco de todas las lenguas, de casi
todas. Este hombre habla inglés, una lengua bastarda. Yo prefiero el español, y
de verdad, el portugués. Pero le hablo en inglés. Le digo que ahora él sabe
cómo es vivir con miedo.
No
sé si me comprende. Su mano empieza a aflojarse, los últimos dedos estirándose
en vano. Pero no cae; su mano de repente está en mi mano, lo levanto, aquí en
este edificio silencioso. Hay lluvia; lo había notado antes, pero ahora viene mucho
más fuerte. Tiro al hombre otra vez, pero esta vez hacia el balcón, donde
estará seguro. Todavía tengo la paloma en la mano. Está viva.
La
paloma viva, y yo al borde de la muerte. Es mi hora. Le digo al hombre lo que
he visto aquí, lo que he visto en todos los momentos de mi vida. Él no dice
nada; no tiene nada que decir. Es un sirviente de la muerte, nada más. Y yo, un
sirviente de nadie. Estoy libre, como lágrimas en la lluvia. Suelto a la
paloma, y muero.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario