27/4/15

2019

            En una mano tengo un pájaro; en la otra, la mano gruesa de un hombre aterrado. El pájaro es una paloma blanca; el hombre es un asesino de androides. Agarro la paloma para que no vuele; agarro al hombre para que no caiga. Estamos en una iglesia; estamos en Los Ángeles. El año es 2019.

            La iglesia es una fábrica; antes, la fábrica era una iglesia. Pienso en la historia de este edificio durante la caza, mientras el hombre me persigue. Escondido detrás de un gran ventilador, pienso en la historia de todas las iglesias. Yo no soy religioso; imagino que este hombre, este asesino, tampoco cree en dios o en dioses. Lo veo acercándose con un cuchillo en la mano; me preparo. Fábrica-iglesia: me parece apropiado. Las fábricas iglesias, las iglesias fábricas.

            No puedo esconderme más. Luchamos, él con cuchillo, yo con las manos. Tengo sangre en la cara, en los ojos, pero veo claramente los rayos C que entran por las ventanas. Vitrales, antes. Me gustan esas pinturas de la Edad Media, de la Virgen y el niño Jesús totalmente planos. El bebé demasiado flaco; los pechos de la Virgen, círculos perfectos, que no son sujetos a las leyes físicas de este mundo. Yo tampoco tengo que obedecer esas leyes; con un brazo solo, tiro al asesino por el balcón.

            Yo no sabía que él se agarraría de la barra, pero podía preverlo. Si hubiera querido matarlo, lo habría hecho; sin embargo, quería darle la oportunidad de salvarse. Y lo hizo; lo veo ahora colgando de la barra, agitando sus pies. Supongo que la caída lo mataría. Estamos en una iglesia, o más bien, una catedral. Techos altos; suelo distante. Por lo menos moriría en un lugar sagrado, me digo. Antes era sagrada; ahora, ya no sé qué es.

            Una paloma se me posa en la mano. Miro al hombre. Sus manos pierden fuerza, los brazos le tiemblan. No hay mucho tiempo; no podrá salvarse. Contemplo la paloma. Es raro que haya dos tipos de pájaro con ese nombre: paloma. En otros idiomas, se usan otras palabras. Yo sé un poco de todas las lenguas, de casi todas. Este hombre habla inglés, una lengua bastarda. Yo prefiero el español, y de verdad, el portugués. Pero le hablo en inglés. Le digo que ahora él sabe cómo es vivir con miedo.

            No sé si me comprende. Su mano empieza a aflojarse, los últimos dedos estirándose en vano. Pero no cae; su mano de repente está en mi mano, lo levanto, aquí en este edificio silencioso. Hay lluvia; lo había notado antes, pero ahora viene mucho más fuerte. Tiro al hombre otra vez, pero esta vez hacia el balcón, donde estará seguro. Todavía tengo la paloma en la mano. Está viva.


            La paloma viva, y yo al borde de la muerte. Es mi hora. Le digo al hombre lo que he visto aquí, lo que he visto en todos los momentos de mi vida. Él no dice nada; no tiene nada que decir. Es un sirviente de la muerte, nada más. Y yo, un sirviente de nadie. Estoy libre, como lágrimas en la lluvia. Suelto a la paloma, y muero.


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