8/4/15

La estatua

La estatua

Hoy era el día. La mañana era hermosa. Desde el malecón,

Pedro miraba a lo lejos, soñando despierto con su gran amigo

sobre lo que encontrarían allá “donde acaba el cielo y comienza

el sky”. Poco a poco en el cielo aparecía una pared gris,

poderosa e impenetrable.


Hoy lo harían. El grupo de pescadores preparaba sus botes.

También Pedro y Carlos, pero para ir un poco más allá del

horizonte. Aunque pequeño y frágil, su bote estaba listo. Irían

con un tercer tripulante, grande y pesado: la esperanza.


Zarparon. Comenzaron a alejarse de los demás. El mar y la

temible sombra gris en el cielo jugaban agresivamente con el

bote. Pedro y Carlos, entre olas y arena, algas y pedazos,

silencio y agonía, se dieron cuenta de que nunca llegarían y que

su historia quedaría en el fondo del mar.


A la mañana siguiente, un grupo de personas llegó al malecón

para recibir a sus familiares pescadores. Todos regresaron,

menos aquellos dos amigos de infancia. Nadie los esperó. En

realidad, nunca nadie los esperaba. Pero sí la estatua, aquella

que fue testigo de las múltiples pláticas y la preparación para la

aventura. Ella siempre los esperaba. Esta vez tardó días en

limpiar las gotas, ya secas, de la tormenta en sus mejillas, por

no saber si lo habían logrado. Y la verdad es que nunca nadie lo


supo.

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