De niño, jugaba con los poderes del invierno de
Minnesota. Salía corriendo de casa con el abrigo aún colgando de un brazo y con
un vaso de agua en la mano. El agua era para tirar al vacío, para verla
congelarse en el aire. Magia.
En el edificio donde vive ahora, no se permite
correr. Sus 35 años y su seriedad no se lo permiten tampoco. Pero hoy, en pleno
verano neoyorkino, vio caer desde el rascacielos una cascada. El agua lo
invitaba a refrescar su memoria. La magia de rescatar los recuerdos del vacío.
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